domingo, 30 de diciembre de 2007

Las fotografías de fin de año y los daños colaterales












Un fin de año con fotos para todos los gustos y temores. Las de 'Super Sarko' en Egipto y de novio, cediendo por una temporadita su rol de rescatista a otros colegas, tan suramericano como el Carlos Menem de su inspiración, para colocarse el ropaje de un pop star.
Otras, mucho más humanas y de incuestionable rédito político son las fotos que llegaron desde la selva colombiana. Pero las de Pakistán se imponen por sangrientas y por el triste vaticinio que representan. El asesinato de la ex primera ministra Benazir Bhutto, y sus consecuencias, asustan.
Esas fotos dan una idea de en qué se puede convertir el mundo, mientras los expertos del Departamento de Estado de E.U. contabilizan los daños colaterales de una política errática. Una estrategia plasmada -aunque con matices, según cada administración- hace décadas, pero que en la versión Bush no tiene intenciones de frenar su carrera hacia el abismo.
El esquema que E.U. había ideado para estabilizar políticamente a Pakistán descansa ya junto a los restos de la 'Sultana de los pobres'.
Esa riesgosa empresa de Bhutto, la de regresar y acordar con el autócrata de Pervez Musharraf, había sido apadrinada por Washington, en su intento por mantener su influencia en el país, clave en su guerra contra el terrorismo. Poco importó el perfil del dictador, su carencia de condiciones o de voluntad para frenar a talibanes y yihadistas.
Ya en octubre, cuando Bhutto fue recibida con un atentado del que se había salvado milagrosamente, se vislumbraba destinada al fracaso la idea de sostener la ofensiva contra Al Qaeda a través de un acuerdo entre Musharraf y la ex premier.
La estrategia no era nueva, sino un remake de la aplicada en la década de 1980. Por entonces, Washington ya intentaba sostener a los que suele considerar aliados 'inevitables', como Musharraf o como lo fue Zia ul Haq, otro general dictador. Aliado privilegiado de Washington, Zia había permitido que "el país de los puros" se convirtiese en la base de operaciones de las guerrillas islamistas que combatían a las fuerzas soviéticas en Afganistán. El resultado final fue el surgimiento de los talibanes, con los años transformados en una de las canteras de Al-Qaeda.
En ese sentido, Oriente Próximo registra otro antecedente: durante la guerra entre Irán e Irak, el aliado de Washington para enfrentar el poder de los ayatolas no era otro que Saddam Hussein.

Lo que queda
Moralejas al margen, todo indicaría que, de haberle quitado a tiempo el apoyo a Musharraf, hoy las posibilidades de que la ex premier estuviese con vida serían altas. Aún cuando sus asesinos se encuentren en alguna célula terrorista de esas que anidan en las narices de la dictadura.
Con la violencia desatada tras el magnicidio, Pakistán que nació a contramano en 1947, al separarse de India, bien podrá ser rebautizado como el país de los peligros inminentes.
El arsenal nuclear que administra Islamabad y los santuarios terroristas que anidan dentro de sus fronteras sumergen a esta siempre compleja nación y a sus vecinos en el peor de los escenarios. Justo allí donde se quedó atrapada la última ficha de Washington para que todo se encamine por la vía democrática. A tal punto, que el crimen de Bhutto ya comienza a teñir la campaña electoral estadounidense, en los albores de las primarias.
Solo una urgente nueva estrategia diseñada por la Comunidad Internacional puede atemperar los daños colaterales y ayudar a que el 2008 termine con una foto planetaria un poco menos insegura y menos sangrienta que esta, la última del año.

José Vales, Para El Tiempo
Foto: Escultura de arena con el rostro de Benazir Bhutto, Agencia Reuters

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