viernes, 20 de marzo de 2009

Murió Peña Lillo, el editor del "pensamiento nacional"

El editor Arturo Peña Lillo, quien impulsó obras de autores del llamado "pensamiento nacional", de gran influencia en el terreno político, murió a los 91 años.
Según confirmó a través de un comunicado la empresa Ediciones Continente, el editor murió esta madrugada en capital federal.
Desde la década del 50, Peña Lillo impulsó desde su editorial el trabajo de los llamados "pensadores nacionales".
Así, autores como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Rodolfo Puiggrós, José María Rosa, Ernesto Palacio, Norberto Galasso, J. J. Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos fueron algunos de los autores que encontraron en Peña Lillo el interés por difundir sus textos.
"Nunca fui afiliado a ningún partido y, sin embargo, siempre me sentí militante. Expresaba mi militancia a través de la editorial, cuyo objetivo fue el de sistematizar el pensamiento nacional y popular disperso", sostuvo en su momento.
Peña Lillo estuvo al frente de su propia editorial entre 1954 –cuando debutó con La historia de Argentina de Ernesto Palacio– y 1982.
Editó unos 400 títulos y, al mismo tiempo, dio origen a algunas revistas como Cuestionario y Quehacer Nacional.

Mónica López Ocón, periodista de Noticias, fue quien hizo uno de los últimos reportajes a Peña Lillo:
¿Cómo fue que usted hizo un cambio fundamental en el mundo de la edición y comenzó a editar a pensadores nacionales?
Fue debido a la edición de un libro fundacional que me definió mucho, “Historia de la Argentina” de Ernesto Palacio. Cuanto sale, prácticamente se convierte en un best seller.

¿En que año fue?
En 1953 o ’54. Ese libro concitó el interés de muchos escritores nacionales que estaban completamente olvidados o que no tenían ninguna posibilidad de expresarse. Todos coincidían en una idea: un pensamiento revisionista, nacional en el mejor sentido de la palabra, es decir de un nacionalismo democrático. Por eso Jauretche siempre aclaraba que no era nacionalista sino nacional, por las implicancias que tenía la palabra “nacionalista”.

¿Además de las ventas, qué otros elementos le indicaban que el libro de Palacio estaba marcando un nuevo rumbo?
Por ejemplo, al poco tiempo me encuentro con Jorge Abelardo Ramos y me felicita por el libro de Palacio, aunque Palacio era un hombre de la derecha, un hombre de la Acción Católica y Ramos era un hombre de izquierda que ya había fundado unos pequeños diarios de lucha obrera.

¿Usted en ese momento coincidía ideológicamente con el Partido Comunista?
No puedo decir que fui militante comunista, pero como había sido obrero y delegado gráfico y ya estaba trabajando en la Editorial Hachette, cuando se producían algunos movimientos populares, el Partido se acercaba a uno no porque fuera militante, sino porque uno estaba en la causa. Era proletario, un hombre de trabajo, por lo que lo veía con mayor simpatía que al radicalismo, que expresaba a la clase media.

¿Y cómo se da su acercamiento al peronismo?
A través del revisionismo y del nacionalismo, a través de los autores que me van rodeando como Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggrós, el mismo Hernández Arregui con el que tenía bastante relación, Fermín Chávez…En fin, edité más de setenta u ochenta autores nacionales.

Es decir que todos esos autores fue usted quien les dio voz.
Completamente. Después de haber publicado el libro de Palacio, me encuentro con Jauretche que ya había dejado su función como presidente del Banco de la Provincia y estaba un poco en el llano. Estamos hablando del año ’54, cuando ya había bastantes problemas internos dentro del peronismo y él estaba en una actitud crítica. Cuando cae Perón, Jauretche, que no había renegado de su ideología peronista a pesar de que se había distanciado de Perón, ante la llegada de Presbisch y su equipo publica en el diario “El líder” un artículo que se llama “El Plan Presbish, retorno al coloniaje” en el que hace un análisis del Plan demostrando que con él volvemos a la era de las vacas. Cuando cierran “El líder” por sus artículos, se tiene que exiliar en Montevideo.

¿Y que pasó con Jauretche?
Al poco tiempo volvió y se instaló acá. Entonces tengo la oportunidad de asistir al Instituto Juan Manuel de Rosas, donde daba una conferencia meridianamente lúcida y aclaratoria de lo que era el revisionismo y de cómo la Historia era una víctima de la política. Ese análisis se tituló “Política nacional y revisionismo histórico” y lo publiqué en una colección que ya estaba pergeñando con Abelardo Ramos, una colección de volúmenes pequeños, pero que actualizaban el pensamiento del momento. Ramos había escrito un libro muy bueno para la colección, “Historia política del Ejército Argentino”. En la misma colección salen textos de José María Rosa, “La historia falsificada” de Ernesto Palacio, en fin, más de cuarenta volúmenes. Así vamos creando el pensamiento nacional, que antes era una cosa folkclórica de guitarra y zamba.

¿También publicaba a autores jóvenes no tan conocidos?
Sí, por ejemplo Rodolfo Ortega Peña jamás había publicado nada, Eduardo Luis Duhalde, Fermín Chávez que ya había publicado algunos libros, y toda la gente de izquierda. La editorial era un crisol, pero se entendían. Un tipo como Sánchez Sorondo, que era bien de la derecha, se aviene a publicar donde publica gente de izquierda

¿Y cuál era el punto de coincidencia, si es que lo había?
Coincidían en una sola cosa: lo nacional. Se entendían a través del revisionismo.

¿La dictadura militar del ’76 marca el fin de su editorial?
Creo que sí, porque yo me sentí completamente desarmado. La editorial comenzó a carecer de posibilidades de expresarse. Los libreros nos devolvían los libros porque el hecho de que un libro estuviera editado por Peña Lillo ya era mal visto. Lo único que publiqué durante el Proceso, lo hice en complicidad con Norberto Galasso y fue una recopilación de opiniones de Jauretche que saqué con el nombre de “Política y economía”. No sé si no se enteraron, pero se vendió lo más bien.

Les dejó la editorial a sus empleados, ¿no es así?
Sí, editaron algunas cositas, pero no tenían vocación. Para mí la editorial no era una empresa comercial, sino un tema ideológico, aunque me permitía vivir de eso. Nunca hice dinero. Si tuve una casita en Morón fue por un crédito del Banco Hipotecario. He vivido, pero no me he enriquecido. Y me parece bien que haya sido así, porque nunca perseguí el éxito económico. Mi satisfacción era la de tener una idea y concretarla.

¿Cómo nació su vocación por los libros?
De chico siempre fui una rata de librería. Me gustaba ir a las librerías de viejo, leer libros de Salgari, de Dumas, el “Judío errante” de Eugenio Sue. Eran libros de una época en que no había radio ni televisión y apenas nacía el cine.

¿Usted cree que el país le reconoció todo lo que usted le dio?
Estoy jubilado con una jubilación mínima. Pero al homenaje que me hicieron cuando cumplí noventa años fueron más de trescientas personas. Me llaman de muchos lugares. Me hacen notas. Colaboro con Ediciones Continente. Ustedes han venido desde el centro a mi casa para hacerme esta entrevista. Ese es el reconocimiento.

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