domingo, 21 de febrero de 2010

¡Te quiero Clarín!

¿Es Magnetto a Noble lo que Menem fue a Perón? El autor de este artículo trasciende sus propios sentimientos por el diario Clarín, en el que trabajó más de cuatro décadas, para pensar en la Argentina pendiente y en la necesidad de tener a ese gran medio comprometido con la solución de los problemas del país y no pendiente de un holding con epicentro en Buenos Aires sólo atento a imprimir una visión porteña sobre el interior y a solazarse con el caño de Tinelli.
Por: Armando Vidal*
El 10 de octubre de 2009 llegué a mi lugar de trabajo cuando todavía no había amanecido. No sabía cómo había salido la votación en el Senado sobre la llamada ley de medios cuyo debate había seguido hasta que el sueño pudo más. Por primera vez ante una gran ley no estaba en el palco.
Después de más de 42 años hacía unos meses que ya no trabajaba en Clarín. Llegué a ese lugar –biblioteca, archivo, redacción y estudio, todo a la vez- y, como siempre, no encendí la radio, que suele perturbar mi humor, ni la computadora, que suele pasearme por un universo inesperado.
Tomé un libro y me puse a discurrir sobre el poder del Congreso como parte de mi última gran tarea: preparar un portal sobre vida y obra parlamentaria, con la inclusión de muchos materiales específicos previos a Internet guardados en diskettes que colman tres cajas de zapatos. Todo, especialmente pensado para los periodistas y, en particular, para los periodistas parlamentarios. Como amo a mi oficio, qué mejor que dejar ordenado este legado a compañeros que podrían ser mis hijos y a mis hijos que son mis compañeros.
¿Kirchner o Magnetto? ¿Quién ganó en esta pelea que estalló con la crisis del campo luego de una etapa de acuerdos entre ambos? Prolongué el misterio en esa mañana sin pájaros ni ruidos al eludir conocer la información de la cual, entendía, iba a depender en alguna medida el futuro inmediato.
Al rato, dejé en el aire la cabeza del rey Carlos I de Inglaterra (decapitado en 1649 por irrupción del poder parlamentario) y fui a clarín.com para saber qué había pasado en la Cámara donde la historia resguarda a las fuerzas conservadoras de la Patria.
He sido un leal trabajador de Clarín durante unas 15.500 horas y, a veces, esa larga relación hace que me surja su instalado nombre en alguna charla de fútbol cuando quiero hablar de mi club. Supongo que este tic también emana de la columna de mis afectos.
¿Qué es lo que quiero de Clarín? A mis compañeros de todos los tiempos y a mi historia con la gran mayoría de ellos. En primer lugar, a Osvaldo Bayer y Marcos Cytrynblum que me llevaron a esa Redacción y a quienes quiero por encima de eso. A Enrique Oliva (Francois Lepot) y Horacio Ramos, mi cumpa de la secundaria reencontrado en Clarín cuando todavía éramos muchachos. Y a ciertas guías que siempre tuve y tengo y que, como aquéllos, tampoco están en el diario: Teódulo Dominguez, Enrique Bugatti, Federico Bedrune, Carlos Eichelbaum, Daniel Muchnik, Carlos Quirós y Claudio Andrada, mi querido amigo de consulta de todos los días.
Eludo, por comprensibles motivos, hablar de mis compañeros de los últimos años, que incluyen a los jefes de Redacción a quienes conozco desde el llano y veo todos los días meta espada con los Kirchner por las escaleras del poder. En nombre de todos y para todos me permito elegir a Menchi Sábat como portador de este imaginario abrazo lleno de emoción, con un agradecimiento especial para Daniel Santoro y Alejandra Gallo por la fiesta inesperada de despedida.
Tengo a Clarín clavado en el pecho y llevo en el alma sus recuerdos por el cálido Paco Urondo, el divertido Pedro Barraza, el puntilloso Luis Guagnini y el flaco Ernesto Fossati, cuatro compañeros del diario de la larga nómina de periodistas desaparecidos y asesinados.
También por Jorge Larroca, Enrique Sdrech, Emilio Petcoff, Luis Alberto Murray, Luis Sciuto (Diego Lucero), Justo Piernes, el legendario Cubas (Cubitas), Carlos Nalé, Luis Soler Cañas, Myrtel Orloff, Horacio Estol, Manzanita Fernández, los hermanos Raskas, Raúl González Tuñon, León Bouché, Fermín Chávez, Selva Andrade, Tabaré de Paula, Jerónimo Jutronich, Napoleón Cabrera, Félix Luna, José Pepe de Thomas, Hellen Ferro, Miguel Angel Alcaide, Ariel Magallanes, Hamlet Lima Quinta, Julio Pérez Andrade, el Negro Quiroga, Horacio Tato, el Colorado Turbau, Jorge Gómez López, Pedro Uzquiza, Alberto Alonso, José María Casabal, Antonio Román, Carlos Marcelo Thiery y su hermano, el Vasco Juan Carlos Izaguirre, Carlos Aguirre, Oscar Raúl Cardoso, Jorge Göttling, Ricardo Marchetti (padre), Enrique Medeot, Ana Ale, Enrique Alonso, Marcial Gallina, Enrique Esteban y otros tantos queridos compañeros que injustamente olvido, todos parte de mi vida.
Hice una familia, planté un árbol, escribí un libro, salté de los caracteres de Gutenberg a los informáticos (aún conservo como reliquias mi Olivetti y el el primer sistema Edix, especial de Clarín en su momento) y pude volar sobre otros paisajes cada vez que tuve la necesidad de hacerlo. La última fue en 2003 cuando creí que ya estaba en edad a dar y fui como vicepresidente a TelAm a ganar la mitad y a sufrir el doble hasta que volví con algunas ilusiones menos al palco de periodistas de Diputados.
“¡Material!” era el grito hace cuatro décadas y hasta comienzos de los noventa con el que el editor –nombre que entonces mucho no se usaba- requería al mensajero para darle la crónica o nota con sus carillas de 60 espacios y treinta y pico de líneas y el título en otra hoja que envolvía el contenido, todo lo cual el portador llevaba rápido al taller, que desde la inauguración del edificio de la calle Piedras, en 1960, estuvo –puerta vaivén por medio- en el otro extremo del segundo piso de la redacción donde se hallaba el reino de los compañeros gráficos. El mismo grito continuó cuando había que llevar esos papeles hasta la cajita de metal que los trasportaba hasta el piso inferior en los comienzos de la conversión del sistema que ya no tenía el calor del plomo derretido.
¿Olvidarlo? Difícil. Si hasta el mayor de mis hijos, que tantas veces había escuchado ese grito en sus correrías infantiles por la redacción, armó de muchacho un equipo de fútbol con el nombre ¡Material! que muchos confundían en los campeonatos con el equipo de un corralón.
En la Redacción descubrí a hombres que venían de Qué, la primera revista política con la que me identifiqué en mi vida, más allá de que fuera frondicista y hubiera estado con la privatización de la enseñanza universitaria en 1958 y yo un militante de la causa laica, cuyos partidarios, dicho sea de paso, fuimos tres veces más que los libres. Extraordinarias movilizaciones juveniles al Congreso jamás repetidas. Fue mi primera vez, mi primera visita al Congreso desde la calle y en medio de una multitud estimada entonces en 300 mil personas, la gran mayoría adolescentes. (Mi segunda visita la hice como policía conscripto, el 12 de octubre de 1963, como refuerzo de seguridad en el acto de asunción del presidente Arturo Illia).
Otro llamado que rebotaba fuerte en las paredes de la Redacción era... “!asambleaaaa!”. Grito acompañado con fuertes palmadas que arrancó a comienzo de los setenta y se mantuvo varios años en una empresa poco dispuesta a la organización de sus trabajadores. Yo había visto como con toda dignidad realizaba en la Redacción su tarea de delegado sindical un compañero de Corrección, que además trabajaba con Roberto Digón en las oficinas de una empresa tabacalera, en 1966, en tiempos en que Emilio Jáuregui, uno de sus trabajadores de esa sección, estaba detenido y a quien tres años después asesinarían.
Su cordialidad y sonrisa acompañaban a ese delegado que se llamaba Enrique Sdrech, quien años después volvería al diario, sería un destacado redactor de la sección Policiales y se ganaría un lugar también destacado en la televisión. La primera huelga de la historia de esa redacción provenía de antes, de cuando el secretario general del Sindicato de Prensa era Bayer, en los años de oro de Noble. Pero la huelga, que es el último recurso al que deben apelar los conductores gremiales, no es una palabra grata para la patronal y menos en Clarín. La política del miedo era la materia para evitar los movimientos sindicales de los periodistas, siempre diferentes de los que distinguieron a los gráficos, los obreros del mismo oficio, porque está sobrecargada de prejuicios ideológicos por ambas partes.
En el ’71, un grupo de reducido de activistas – palabra de la época-, entre los que sobresalía Horacio Verbistky, que acababa de llegar de La Opinión, comenzamos a buscar al piloto de ese conjunto; él proponía al Vasco Jorge Anitúa y yo al correntino Odín Fleitas, que ni enterado estaba, porque para mí debía ser alguien con años en el diario donde el gerente de apellido Cabezas parecía andar con una guadaña al hombro.
En aquella reunión en la sede de Av. de Mayo de la entonces Asociación de Periodistas de Buenos Aires surgió el nombre de Oscar Martínez Zemborain, que propuso Horacio, síntesis de la búsqueda que además tenía la peculiaridad de provenir del radicalismo por herencia paterna. Oscar había comenzado en la sección de Sociales, que hacía el matrimonio de los Morando Mazza, que se sentaban cerca de la siempre amable Cora Cané, la activa periodista de mayor antigüedad en Clarín porque ingresó en 1957, en lugar de su fallecido esposo Luis Cané y que hoy sigue sosteniendo el último rincón del diario de Noble que se llama Clarín Porteño. Divina Cora, ayer y hoy.
Quedó grabada en la memoria de esos periodistas que eran parte de una generación de lucha, poesía y muerte el momento en que la conducción gremial con Oscar a lfrente consiguió un aumento de sueldo que incluyó interceptar la salida de Héctor Magnetto, gerente del diario, cuando iba a subir a su auto y llevarlo a firmar el acuerdo. Fue en 1974, tiempos de intolerancia.
Con la muerte de Perón, el gobierno de Isabel, los conflictos y la huelga que pararía la salida del diario en el verano del '76 llegaron los despidos masivos, en los que no fui incluido. Desde hacía varios meses estaba de licencia especial radicado en Venezuela y si alguien me sacó de la lista, difícilmente haya sido del tercer piso, asiento del poder y que mucho tiempo después sin moverse de su lugar pasaría a ser el cuarto en el edificio sin pulmón de manzana de la calle Piedras.
La mala disposición de la empresa con sus trabajadores de prensa volvería a manifestarse poco antes del retorno de la democracia e, incluso, a poco de su comienzo como reflejó el caso del delegado Pablo Llonto, respetado compañero, abogado, echado y no reincorporado pese a fallos judiciales en primera y segunda instancia. La empresa prefería pagar multas, un proceso que duraría años y que después sería revertido con un fallo de la Corte. Mientras, los compañeros continuaban eligiéndolo a Pablo, que a su vez seguía en la puerta.
En esa vida, mi vida en Clarín, donde el Congreso fue para mí como una embajada, todos los días intenté brindar mi aporte contra la resignación de muchos y los negociados de pocos, creciente realidad en la que nos íbamos sumiendo los argentinos, mientras crecían la información selectiva y la estupidización colectiva alentada por los medios audiovisuales, incluyendo esa ala que hace veinte años se desprendió de Clarín y comenzó a volar sola.
Si el pensamiento desarrollista de Roberto J. Noble, el ex diputado socialista y conservador de los años del fraude, hubiera gravitado sobre el Grupo y no el Grupo sobre la obra de Noble, quizás otra hubiera sido mi reacción al conocer el resultado de la votación porque, al margen de las críticas que pueden hacérsele, Noble nunca se resignó ante la realidad como quiso dejar en claro en su olvidado libro Satelismo contra Soberanía.
Perdió el holding -si es que perdió- pero ¿perdió también mi viejo Clarín Hablo del diario de los corresponsales y agencias en cada capital provincial y el de los corresponsales honorarios de cada pueblito designados desde la misma sección Interior (cinco páginas por lo menos todos los días) cuya tarea de elegirlos me tocó hacer en algunas provincias, antes de pasar a la sección Política, en 1971.
Aquél diario no era una mirada porteña sobre la Argentina toda; era un diario que aspiraba a reflejar a la Argentina desde cada punto del país, a diferencia del actual. Realmente impresiona mal y duele descubrir que lo que uno escribió para Clarín de Buenos Aires haya aparecido, además, en diarios del interior, que pasaron a propiedad del holding, con la mentirosa mención de que se trataba de un artículo especial para ese medio. Falso: yo escribí exclusivamente para Clarín. Y humillante para periodistas de esas regiones puesto que deben ser ellos los que miren y analicen los hechos nacionales desde sus propios lugares.
El desenlace en el Senado en torno de la ley de medios audiovisuales ha sido sólo un impacto al holding nacido en el amanecer del gobierno de Carlos Menem de la mano de su creador, Magnetto, hombre inteligente y batallador, que primero (1982) echó a los desarrollistas que trabajaban en Clarín y después a sus ideas cuando en 1990 tomó el pleno control de la Redacción y profundizó la construcción de lo que luego se llamaría Grupo Clarín.
Tamaña dimensión de sus alcances sólo para manejar con sentido comercial aquello que podría resumir como muestra el caño de Tinelli supera incluso la dimensión de la idea de que un gran medio es un socio inescrupuloso del poder, según viejas palabras de Noam Chomsky.
En un país que está todo por hacerse –añeja expresión que sintetiza el fracaso por lo realizado- Clarín, poderoso Clarín, no puede dejar de ser el diario que pensó Noble. No podría olvidarse que el cometido es una tarea colectiva y que por derecho propio tiene asignado un lugar estratégico en esa brega. Si Magnetto es a Noble, fundador de Clarín, lo que Menem a Perón, fundador del peronismo, no debería extrañar cómo recibí la noticia de la votación en el Senado, momento a partir del cual comencé a escribir estas líneas.
Creo en una Argentina soberana, democrática, justa y desarrollada con la potencialidad de todas sus fuerzas y recursos, asumiendo todo su pasado. Y creo también que ello no será posible si el cambio no comienza desde la propia elite de toda su clase dirigente, incluyendo, obviamente, a los dueños de ese negocio garantizado por la Constitución que se conoce como prensa.
Por eso y para eso quiero a Clarín, un toque de atención para la solución argentina de los problemas argentinos y no que sean los argentinos los que solucionen los problemas del holding.
Los Kirchner, hijos de la debacle, pasarán; Clarín, no. ¿ Pero cuál Clarín ? ¿El de sus raíces en el ´45, año de su fundación, el diario de ideas que impulse al Grupo a asumir la tarea pendiente que demanda la Argentina? ¿O el del holding de las distracciones de los '90?
Soberanía o satelismo.

*Armando Vidal es el decano de los periodistas parlamentarios. En 1973, el Congreso de la Nación lo acreditó por primera vez como parte del equipo de Clarín , diario del cual se retiró en 2009 después de más de 42 años de servicio. Fue prosecretario de Redacción, jefe de Parlamentarias y también jefe de la sección Política. En dictadura, vivió en Venezuela y a su retorno al país cubrió información internacional hasta que, en 1983, volvió al Parlamento. En 2003, fue vicepresidente de TelAm. Es autor de “El Congreso en la trampa” (Planeta, 1995), entre otros trabajos. Es editor de Congreso Abierto, la página de Armando Vidal.

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