sábado, 23 de septiembre de 2017

La historia del clan que cartelizó a Rosario

Dos periodistas relatan el derrotero de Los Monos, los narcos que sofisticaron el negocio de la droga en esa ciudad
Operativo. Fuerzas de seguridad en Villa Banana en septiembre de 2015
Por: Cecilia González
Evitar los estereotipos, las simplificaciones y, sobre todo, los juicios de valor fueron los principales retos de los periodistas Germán de los Santos y Hernán Lascano cuando se propusieron contar la historia de Los Monos, la banda que desató una inédita oleada de violencia narco en Rosario que sorprendió a los argentinos y llamó la atención en el extranjero.

Después de años de retratar en sus medios la escalada de violencia, De los Santos y Lascano unieron fuerzas y escribieron Los Monos. Historia de la familia que transformó a Rosario en un infierno (Sudamericana), un libro con un atrapante tono narrativo como una novela policial. Lo que cuentan, sin embargo, no es ficción. Los autores reconstruyen la historia criminal de la temible familia Cantero pero la enmarcan en un contexto político, económico y social que permite entender la complejidad de un negocio multimillonario e ilegal que sigue en expansión en Rosario y en el mundo.

¿Cómo vivieron la invasión de periodistas extranjeros que llegaban, sorprendidos, a preguntar por el narcotráfico en Rosario?
Germán de los Santos: Fue muy particular porque a veces la información se distorsiona. Muchos periodistas extranjeros la comparaban con México y Colombia, pero cada lugar tiene su particularidad y Rosario tiene una ubicación geográfica, contexto político, historia reciente. Los Monos no eran una banda sofisticada, un cartel internacional. Desde el narcomenudeo lograron conmover al poder. Desde afuera, no es fácil de entender.

Hernán Lascano: Hubo una situación auténtica, un crecimiento de la disputa de los sectores vinculados al narcomenudeo que tuvo en Rosario niveles mayúsculos con una violencia que no se había visto. Eso, que era real, también tenía un factor distorsivo porque la mayoría de los homicidios en Rosario no tenían que ver con la guerra narco. Todo se mezcló en el mismo caldero y produjo confusión.

¿En qué momento decidieron contar la historia de Los Monos?
GS: Cubrimos la saga –Hernán en La Capital y yo en La Nación– pero había ingredientes en esa trama que daban para profundizar en un clan familiar que surgió de la marginalidad, que pasó de andar a caballo a moverse en BMWs y, después, con un raid de violencia muy fuerte que no se había dado antes.

¿Por qué se dio en Rosario y no en otras ciudades donde opera el narco como el conurbano bonaerense?
GS: En el conurbano la Policía ejerció una regulación muy estricta sobre las organizaciones criminales, había un mayor orden, aunque cierta complicidad policial con el narco. En Rosario, las comisarías que regulaban a los pequeños grupos en la periferia ya no sirvieron porque los grupos se expandieron, fueron al centro. Los delitos de Los Monos eran robos precarios, el quiebre se produce cuando se conectan con cocinas de cocaína. Se multiplica la oferta de mercancía y se abarata. Esto genera un derrame en toda la ciudad y comienzan las peleas entre grupos que quieren la supremacía en la venta.

HL: En la provincia de Buenos Aires la capacidad regulatoria de la Policía siempre fue fuerte. En Rosario eso entró en una profunda crisis y la Policía ya no pudo disciplinar a los narcos. El orden precario del negocio colapsó y generó un derrame de sangre impresionante. Además quedó expuesta la relación con la Policía.

Es cierto que había mucha violencia en Rosario, pero ¿no la estigmatizaron como ciudad narco?
GS: Eso decía el gobierno. Es cierto que hubo exageración de parte de algunos medios, pero la violencia era real. Hubo 264 asesinatos en 2013, el problema era grave. No se tomaban medidas de fondo. El jefe de la Policía estaba preso por narcotráfico y el gobierno no tenía herramientas para combatir la violencia.

HL: Hubo mucha improvisación en el gobierno de Santa Fe para designar funcionarios de Seguridad Pública y esto convivió con una exageración porque no todos los homicidios tenían que ver con disputas narco. También hubo un aprovechamiento del gobierno nacional que vio la oportunidad de socavar la gobernabilidad de Santa Fe al retacear apoyos haciendo hincapié en que era una provincia narco, como si en la provincia de Buenos Aires no pasara nada.

Ustedes cuentan la abundancia de dinero en efectivo. El cuñado de Cantero los ayuda a lavar en concesionarias de autos...
GS: Los Monos acumulaban dinero en cajas y un alto funcionario del gobierno recibía una caja por semana. Hay una sobreactuación de las autoridades: te hablan de detenidos y de droga incautada pero no de la circulación de dinero, que es lo más importante. Con los búnkeres (lugares fortificados de expendio de drogas) que funcionaban las 24 horas, Los Monos tenían tanto dinero que podían llenar dos departamentos de dinero físico, no necesitaban lavarlo porque 40 por ciento de la economía argentina se maneja en negro.

HL: Hay una responsabilidad social y una especie de hipocresía. Nos escandalizamos al posar el ojo en la violencia y no nos centramos en el objeto de una organización criminal: producir dinero.

¿Qué piensan cuando el gobierno actual habla de “narcotráfico cero” o de “guerra contra el narcotráfico”?
GS: En el caso de Rosario, la guerra es una continuidad. El 4 de abril de 2014 hicieron un operativo cinematográfico con helicópteros sobrevolando la ciudad. Han vuelto los gendarmes a Rosario como una especie de solución política, pero el problema de fondo son las fuerzas de seguridad. Eso sigue intacto.

HL: El problema es que la sustancia que vende el narcotráfico es ilegal y tiene una demanda extraordinaria. Lo segundo es que el dinero narco termina incorporado en la economía legal. La exacerbación de las metáforas bélicas son absurdas. Tenemos ejemplos de países como México en donde la guerra contra las drogas sólo multiplicó la desgracia de un montón de ciudades y de la población civil.

Y en donde, al igual que en otros países, el negocio sólo cambia de manos. En Rosario, por ejemplo, que Los Monos estén en prisión no significa que el negocio haya terminado.
GS: La demanda de drogas sigue intacta. Además, los narcos nunca se desprenden del tema aunque estén en prisión. En diciembre de 2015 Los Monos enfrentaban su primera causa federal, pero desde la cárcel seguían manejando el negocio.

¿Coinciden con los políticos, intelectuales y activistas que a nivel mundial piden nuevas políticas de drogas?
HL: Lo único claro es que este tipo de políticas son un fracaso perpetuo. No se puede insistir en lo que tenemos.

Se exageró al comparar a Rosario con Ciudad Juárez y a Los Monos con el Cártel de Sinaloa, pero el atentado contra el gobernador Antonio Bonfatti fue muy grave y se minimizó
GS: El propio gobierno no le dio la importancia que tenía. Quedó bajo sospecha porque el gobernador retiró la imputación. Nunca se investigó a fondo uno de los temas más importantes de la democracia. El ataque quedó impune.

HL: Al mismo tiempo, el gobierno de Bonfatti decomisó la mayoría de los bienes de Los Monos y logró que las fuerzas federales atacaran a un gran productor de cocaína que ahora está preso.

Ustedes contaron la historia de una familia narco sin juicio de valor, a pesar de que es muy fácil y tentador hablar de “buenos” y “malos”.
HL: No echamos culpas. Escribimos un libro periodístico, investigamos, describimos un paisaje. No somos jueces, no pertenecemos al gobierno, no somos abogados de Los Monos. Lo que hicimos, con limitaciones, fue acercarnos a ese mundo tan oscuro y lleno de matices.

GS: Eso fue premeditado. Nunca nos metimos con cosas personales. Lo más interesante era describir el universo en el que giran estos actores.

¿Los Monos ya leyeron el libro?
GS: Queríamos terminar el libro con el testimonio de ellos, se lo propusimos a través de sus abogados y no accedieron. Queríamos su versión, su descargo.

México, por el narcotráfico, se convirtió en el país más peligroso para el periodismo en América Latina, ¿cómo es trabajar en Rosario?
GS: Escribimos el libro con total tranquilidad, sin ser molestados. No hemos tenido ningún problema. No nos involucramos con cuestiones personales ni echamos culpas.

HL: Rosario está en una diferencia mayúscula de escala en relación al peligro que pasa un periodista en México o Colombia. Debemos estar atentos. Aunque no alcance, nuestro afán ha sido siempre ser respetuosos, no sólo de los involucrados sino de las historias que contamos.

En el capítulo en el que hablan de las mujeres del clan, se asemejan más a las mujeres de la mafia italiana que a las de los cárteles latinoamericanos. ¿Les sorprendió?
GS: El papel de las mujeres es muy intenso. El papel de “la Cele”, la madre del Pájaro Cantero, es muy fuerte. La palabra de ella tiene mucho más peso, más profundidad que la de los hombres de la banda. Define un montón de cosas, irradia un respeto que no tiene nadie. Horas antes de que mataran a su hijo le había planchado la camisa y tomado mate con él. Había una relación muy cercana.

HL: Rosario es la ciudad italiana más alejada de la península itálica. Lo que encontramos es que las mujeres brindan contención y mucho amor al grupo narco, son una referencia fuerte en lo afectivo

Una posible acumulación originaria
En este libro, Germán de los Santos y Hernán Lascano, volcaron una gran investigación sobre el narcotráfico rosarino
Por: Isidoro Gilbert
En la Argentina no hay, aún, un proceso de mexicanización o colombianización, pese a dichos de ciertos sectores, aunque en algunos enclaves hay un alarmante problema de droga que desata batallas por mercados, muertes y corrupción.

Rosario es uno de esos reductos. Alguna vez la llamaron la “Chicago argentina”: se hizo célebre por la mafia, recuérdese a Agata Galiffi y a Chicho Grande y Chicho Chico. Para ellos el negocio era la prostitución, los secuestros, los aprietes. Hubo droga, pero lejos del nivel que alcanzó colocar en el mercado la banda que comandaba al frente de su prolífica familia el “Viejo” Cantero.

La saga ha sido relatada muy bien por los periodistas Germán de los Santos y Hernán Lascano en este libro, tras años de investigación. Escribieron con expedientes judiciales, escuchas telefónicas a mano, contactos dentro del Palacio de Justicia y la Policía, conversaciones con más de doscientas personas que incluyen jueces, fiscales, funcionarios del gobierno socialista de Santa Fe y Rosario, vecinos de los protagonistas, maestros, abogados, testigos, escribanos, imputados y muchos más.

No es una historia sencilla de narrar, habida cuenta de que muchos sucesos se superponen y hubo que impedir que el texto se apartara de su eje fundamental, Los Monos o la familia Cantero, ya que hay rivales con otros apellidos, aunque ninguno alcanzó efusiva importancia.

Definen los autores: “El narcotráfico no deja indemne nada de lo que se le aproxime e intenta tocarlo. Su mirada de medusa no solamente fulmina, también todo lo mancha, lo torna borroso y pasible de intriga. Los trámites se dirimen en un campo gredoso, donde los turbios actos de los imputados están mezclados con los de la policía, los de los abogados, los funcionarios judiciales y el sistema político”. La Biblia y el calefón donde “el estado de Derecho convive con el estado de sospecha”.

Esta banda que capeó por el barrio Las Flores y aledaños surgió de las entrañas de la gran crisis económica, política y social generada por la debacle de la convertibilidad que a algunos los empujó al delito. A otros, que se propusieron incursionar en las drogas, se les concedió convertirse en “soldaditos”, quienes en ocasiones vendían la mercadería en los búnkeres a la vista de policías fácilmente sobornables y atendían como un quiosco. Peligroso de todos modos: bandas rivales los incendiaban con el morador dentro del búnker, llamado así porque fue construido de cemento y acero, ya que allí se guardaba el dinero de la jornada que se transportaba al resguardo, a veces a un frigorífico. Así se impedía que el dinero se deteriorara.

El relato se inicia con el asesinato del jefe real de Los Monos: el “Pájaro” Cantero. Adorado por la familia, esta se venga, con datos ciertos o no, en miembros de otras familias o bandas que pudieron haberlo atacado y así desatan un aquelarre. Es una violencia que no tiene fin, que fue in crescendo en el casi cuarto de siglo de vida de los Cantero. Gran parte del libro investiga zafarranchos parecidos, aprietes incluso de parte de abogados a testigos, vínculos con diversos niveles de la Policía. Varios altos mandos y uno de sus jefes están hoy condenados por los vínculos con el narcotráfico pero no solo con Los Monos. Hubo un enorme cuerpo de abogados, en gran parte anónimos, que saben hallar los recovecos del Código Penal que permiten a la banda zafar de la cárcel. Son anónimos también los escribanos que en buena medida se encargaron de blanquear el dinero recaudado que fue parte del boom inmobiliario de Rosario y Victoria, donde los mafiosos compitieron con los sojeros. Plata no falta. Escriben los autores: “En un quiosco de Dinamarca al 500, en el barrio Saladillo, una caligrafía menuda da cuenta de nueve mil dólares por día en ingresos diarios en mayo de 2013. Las entradas mensuales forman médanos de billetes de baja denominación”.

Una parte sustancial del negocio consiste en que sean menores los que vendan la droga; así lo aconsejó “la propia policía”. Los killers son reclutados entre muchachones desempleados. La paga por un asesinato, 5 o 10 mil pesos. En el filme The Killers, sobre una novela de Ernest Hemingway, el protagonista cuenta que recibió 25.000 dólares (de 1962) por la faena. A pesar de los millones en juego, el de Los Monos no es un cártel, acaso una mediana empresa. Tampoco su armamento era sofisticado: un periodista mexicano advierte en el libro que la de Rosario es una violencia controlable comparada con la de su país. “No ve que las bandas tengan fusiles de asalto, granadas, lanzacohetes, morteros o blindados”.

Hay armamento de origen desconocido y es oscura la procedencia de la pasta base que alimenta la cocina. Su instalación hizo más violento el negocio: necesidad de expandirlo, defenderse de los competidores. El fútbol ha sido otro espacio que Los Monos atendieron, sobre todo el control de las barras bravas de Newells o Rosario Central, para ampliar la clientela y hacer negocios. El libro menciona que en las transferencias de los jugadores Ever Banega, Angel Di María y Angel Correa estuvo de algún modo el viejo Cantero.

Las empresas criminales tienen problemas: cómo guardar montañas de billetes y luego introducirlos al sistema legal. No se mencionan bancos en la faena, pero a la banda le ubicaron al menos 15 departamentos en el sur de Rosario. Además: tierras, mansiones, lanchas, automóviles de alta gama, fincas sofisticadas. Este poder se derrumbó cuando la banda no pudo concretar un juicio arreglado.

Una lectura posible del libro es la descripción criolla de la acumulación primitiva del capital. Plata juntada ilegalmente fue el inicio de la fortuna de los Rockefeller. No sabemos si los Cantero se proponían convertirse en capitalistas honorables.
Foto: Enrique Macarian, Reuters
Fuente: Revista Ñ

Ver anterior: "Los Monos", Historia de la familia narco que transformó a Rosario en un infierno

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