domingo, 12 de noviembre de 2017

Nilda Ema Eloy 1957 - 2017

La dirigente de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos Nilda Eloy murió hoy a los 60 años en La Plata a causa de una enfermedad terminal, informaron sus familiares y allegados. Sus restos serán velados desde las 13 hasta las 20 en la sede de ATE provincia de Buenos Aires, ubicada en la calles 8, entre 55 y 56, en La Plata.
La Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos informó en un comunicado:
Compañeros, con profundo dolor comunicamos el fallecimiento de nuestra querida compañera Nilda Eloy. La despediremos hoy en un acto en ATE provincia en calle 8 entre 55 y 56 de La Plata a partir de las 13 horas hasta las 20. Nilda tus banderas por justicia y castigo a los genocidas, por la lucha de los DDHH de ayer y de hoy, nos acompañan y nos guían junto a Lopez, Santiago Maldonado, Adriana, Cachito y los 30.000.
Compañera Nilda Eloy, Hasta la victoria siempre
Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos

Nilda Eloy fue secuestrada el 1 de octubre de 1976 en La Plata, cuando tenía 19 años de edad, y permaneció "desaparecida" 11 meses en seis centros clandestinos de detención. Fue finalmente puesta en libertad en 1979, con 21 años, después de pasar desde agosto de 1977 encarcelada en Villa Devoto. Se la reconoce como una gran luchadora por la Memoria, Verdad y Justicia y referente de la Asociación de Detenidos Desaparecidos de La Plata.

Sobre su cautiverio destacó que sobrellevó la situación "tratando de sobrevivir y manteniéndose cuerda, haciendo ejercicios de memoria y aprendiendo muchos nombres". "Siempre había algo que ayudaba a seguir vivo", aseveró.

Además, fue caso, querellante y testigo en el juicio contra Miguel Etchecolatz. Integrante de la Asociación de ex Detenidos y Desaparecidos de Argentina, en la actualidad colabora en los Trabajos de Recopilación de Datos de cada centro clandestino, en los que se realizan los listados de las víctimas y represores.

Un triste adiós para Nilda Eloy
Por: Fernando Tebele
Qué intrigante es la muerte. Qué maldita.

Nilda era joven, demasiado joven. Iba a cumplir 61 en febrero, y seguramente lo iba a festejar a casa abierta, como cada vez. Hace ya unos cuantos años, Cachito Fukman nos había invitado: "Nilda se va a poner contenta de que vayan"; fue difícil entenderlo, porque no teníamos una relación tan estrecha con ella como para que se alegrara con vernos; luego entendimos que la alegría pasaba por ser muchos y compañeras, no era una alegría individual ni personal. Estaba en un momento bravo. Le peleaba a la muerte en forma de cáncer. Le costó, pero le ganó. Ya tenía experiencia en toparse con ella cara a cara.

Anoche, esperando el mensaje que ratificara lo que no queríamos que sucediera, que esta vez no había podido, recordábamos que en tantas entrevistas que le hicimos al aire, no registramos que nos haya contado su propia historia durante el Terrorismo de Estado. Porque también le había ganado ese mano a mano desigual a la muerte en forma de milicos genocidas. Nunca nos contó su propia historia. Siempre hablamos de Jorge Julio López, de Luciano Arruga, siempre de otras personas. Eso puede hablar mal de nuestra faceta periodísitca, es probable; pero lo que vale aquí es su propio interés por hablar de los demás. Esa era su lucha. No es que nos parezca mal dar testimonio en primera persona, al contrario, propiciamos que se escuchen todo el tiempo. Pero su lucha era colectiva.

Nilda tenía una manera de hablar que la hacía única, inconfundible. Captaba la atención pero no de un modo tradicional. No gritaba cuando la entrevistaban. No levantaba la voz, nunca. Pero subrayaba lo que quería a su manera. Nilda resaltaba con silencios. Hacía largas pausas para colorear lo que acababa de decir. Y esos silencios valían en muchas ocasiones más que cualquier serie de palabras exquisitas ordenadas por varias de las personas con mejor oratoria que podamos conocer. En su discurso no había grandes gestualidades, tonos cambiantes, ni histrionismo. Era casi monocorde. Pero sus silencios sonaban tan atractivos como sus palabras. No deja de ser una paradoja tratándose de alguien que precisamente, por haber sobrevivido al Terrorismo de Estado, tuvo que romper el silencio ante oídos no siempre amigables para con las personas que dan testimonio de aquellas épocas.

Nilda, como parte de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, iba de aquí para allá persiguiendo injusticias. En el último tiempo la podías ver en Formosa visitando al wichí Agustín Santillán o en Esquel con el mapuche Facundo Jones Huala; solo por citar dos de sus viajes recientes como parte del Encuentro Memoria Verdad y Justicia. No se quedó estática en su lucha contra la muerte genocida.

Seguramente estará presente en el Segundo Encuentro por los Derechos Humanos y contra la Impunidad, que se hará el 25 y 26 de este mes en la Facultad de Ciencias Sociales. Lo propuso ella en una reunión hace casi dos años en el Espacio Luciano Arruga.

Esta vez no le pudo ganar a la muerte. Quién sabe si aquellas otras batallas que libró no le habrán pasado factura. Es difícil saberlo. Sí es cierto que los cuerpos de los y las sobrevivientes del Terrorismo de Estado suelen doler, pesar y arder.

Mientras tanto, el abuelito genocida Miguel Etchecolatz sigue intentando volver a su casa. Cómo no pensar que la muerte en un mundo injusto no puede ser más que injusta. Y cómo no odiarla con todas nuestras fuerzas cuando se nos ríe en la cara por haberse llevado a gente como Nilda Eloy. Será cuestión de seguir luchando por otras personas, como hizo ella. Será un poco más difícil sin Nilda. Algún día será que podamos cambiar, no la muerte, que es una batalla perdida, sino el mundo injusto que la hace injusta.

“Esto es el infierno y de acá no se sale”
Nilda Eloy estuvo detenida-desaparecida junto a víctimas de La noche de los lápices, embarazadas, obreros, médicos, profesores y estudiantes. “Esto es el infierno y de acá no se sale”, le decían sus torturadores. Este es su testimonio:
Fui secuestrada el 1° de Octubre de 1976, de la casa de mis padres, donde vivía, en la ciudad de La Plata. En el momento del secuestro yo dormía en la habitación que compartía con mi hermana. Se escuchó un ruido terrible cuando abrieron la puerta.Era un grupo de más de 20 personas al mando de Etchecolatz , a quien reconozco años más tarde al verlo por televisión. Preguntaron por Jorge Falcone, dando por sentado que era mi marido, revolvieron todo y me llevaron a borde de un Dodge 1500 color celeste. Después de haber andado durante aproximadamente media hora, me hicieron bajar y caminar por una vereda angosta, de baldosas. Bajamos pocos escalones, me tiraron en el piso, luego me llevaron a otra habitación, me hicieron desnudar y acostarme sobre un elástico al que me ataron. Comenzaron después a torturarme con picana y golpes. Cuando todo había terminado, escuché como que pasaban a otro lado y reconocí la voz de uno de ellos ( Osvaldo Lara, Oficial de Policía de la Provincia de Buenos Aires), quien era amigo de mi madre y de su familia desde su infancia. Como una estúpida, le pedí ayuda y todo volvió a empezar de nuevo como en una pesadilla. No sé si él me torturaba o solo gritaba y me miraba, después e dejaron tirada en el piso, en un lugar de mucho movimiento, muy cerca de una cocin. Nos pusieron en fila india en el piso porque- decían- arriba no había más lugar.La noche en que me llevaron allí, pasaron por ese lugar más de veinticinco personas. Al día siguiente me levantaron, me llevaron a otro ambiente y me sentaron en una silla chiquita, como de Jardín de Infantes. El que me interrogaba era nuevamente Etchecolatz, reconocí su voz, me dijo que ya sabían quién era yo, que no era la mujer de Falcone y comenzó a preguntarme por personal del Sanatorio Argentino- lugar en el que yo trabajaba-.Le aclaré que todo cuanto yo pudiera haber dicho durante el interrogatorio era mentira, y que yo no sabía nada. Dio ordenes de que me llevaran y por primera vez pude ir al baño ( era una letrina).Para llegar al mismo había que bajar escalones. Cuando iba al baño sentí que había otras personas en el piso, muy cerca. Me dejaron, en total, tres días tirada en ese lugar cercano a la cocina.

Por confrontación con otros exdetenidos, supe luego que aquel lugar era el Centro de Detención Clandestino (CDC) llamado La Cacha.

Con respecto a los represores en ese lugar, puedo dar testimonio de la presencia( además de Osvaldo Lara) de un cura que hablaba con acento español y usaba zapatones negros acordonados-como los que usaban algunos sacerdotes- y “El Francés” , quien era como un especialista en interrogatorios, que se trasladaba a diferentes CDC y a quien yo escuché cómo interrogaba, tanto en La Cacha, como en el Pozo de Arana y el Vesubio. Olía a perfume y hablaba como una persona con mejor preparación que el resto.

De las personas allí detenidas, recuerdo a Alberto Rudiez .

Entre el 3 y 4 de octubre fui trasladada hacia otro CDC llamado Pozo de Quilmes, junto a casi treinta personas, en un camión, De aquellas personas recuerdo a Horacio y su compañera Angélica o Angelita, quien era profesora y estaba herida en una pierna por un tiro.

Durante el traslado nos hicieron un simulacro de fusilamiento en un lugar que, por la distancia recorrida y el olor a pasto, supusimos que era el Parque Pereyra Iraola: nos bajaron de a grupos, nos obligaron a arrodillarnos en el suelo y nos gatillaron con un arma descargada en la nuca.

Cuando llegamos al Pozo de Quilmes, nos hicieron subir por una escalera que estaba en el exterior del edificio. No recuerdo si me llevaron al 2do. O 3er.Piso.Me metieron en un calabozo. Al poco tiempo se abrió la puerta, me sacaron y me encerraron en un baño junto a otras personas, para que nos higienizáramos. En adelante esto se repetiría de la misma manera: nos encerraban, nos daban unos minutos y luego nos gritaban para avisarnos que debíamos volver a tabicarnos ( vendarnos los ojos) antes de salir. En el baño había tres o cuatro inodoros y una mesada con piletas. En ese lugar me encontré con chicas que tenían entre trece y catorce años, secuestradas durante la llamada Noche de los Lápices. Eran todas alumnas de escuelas secundarias. De ellas recuerdo a Emilce Moller, y supe que en otro piso estaba Claudia Falcone, aun con vida.

Ya de vuelta en el calabozo, fui revisada por un médico que había ido preparado, con un frasco de Pancután, ( médicamente dermatológico para curar quemaduras)

Permanecí tres días en el Pozo de Quilmes. Luego fui trasladada a otro CDC llamado
Pozo de Arana, junto con Nora Ungaro y otros cuatro detenidos.
Allí nos prepararon para liberarnos, es decir, nos dieron una serie de instrucciones acerca de cómo debíamos comportarnos luego de ser liberados. Fueron sacando a los prisioneros por tandas, dejándome para el último turno. En ese interín hubo un cambio de guardia y mi nombre apareció borrado de las listas, de modo que mi liberación no se concretó.

Días después, el 13 de octubre de 1976, un grupo de prisioneros fuimos trasladados a la localidad de Banfield, al CDC llamado el Vesubio, junto con: Horacio Matoro, Haydee Lampugnani de Días ( “Changuita Díaz”), Inés Pedemonte, Graciela Jurado, Mendoza Calderón (” el Piura”, estudiante de cinematografía de la Escuela de Bellas Artes de La Plata), Ricardo Salerno ( ” el dueño”, hermano de “El Zorro Salerno”, actualmente desaparecido) y el “Pingüino Barry”.

El traslado se hizo en dos autos, por una ruta y luego desviando por un camino de tierra hasta una zona que parecía descampada. La construcción constaba de dos edificios tipo chalet, de plantas bajas. Nos bajaron en una especie de garage, nos hicieron caminar por un pasillo que parecía una galería cerrada con piso de cerámicos rojos, luego por otro pasillo hasta un lugar en el que quedamos las mujeres, mientras a los hombres los condujeron más adelante, siempre por el mismo pasillo.

El régimen dentro de este centro era más flexible, había algunos guardias que dependían de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, la mayoría muy jóvenes y vestían de civil. Cuando llegaba el personal del Ejército, las medidas eran más estrictas: no se nos permitía quitarnos las vendas de los ojos y permanecíamos todo el tiempo con ataduras en las manos. El personal provenía del Regimiento La Tablada.

El baño estaba afuera, como en los fondos, y no tenía puerta. Parecía dar a un lugar descampado. También había una parrilla muy grande donde solían hacer asados. En estas oportunidades, a veces, nos dejaban transitar por allí destabicados y sin ataduras en las manos para que viéramos cómo disfrutaban de los asados. Los guardias también se divertían – cuando íbamos al baño- mojándonos con mangueras.

En el interior, además del pasillo que conectaba los dos ámbitos en que nos separaban a las mujeres de hombres, había una sala de torturas.

Puedo testimoniar sobre la presencia de una ciudadana alemana-paraguaya, llamada Marlene Kegler Krug, quien había sido secuestrada en Paraguay, tenía cerca de veinticinco años, era rubia y muy delgada. También había una mujer que estaba embarazada de siete meses, proveniente del Gran Buenos Aires.

Al Vesubio concurría El Francés, exclusivamente para los interrogatorios.

Permanecimos en ese CDC hasta el 31-10-76, día en que nos trasladaron, al mismo grupo, al centro clandestino llamado El Infierno. Por informaciones posteriores supimos que se trataba de la Brigada de Investigaciones de Lanús, con asiento en Avellaneda.

Este Centro era denominado El Infierno por sus represores. “Ustedes están en El Infierno”- nos decían-“de aquí no se sale”.

Nos metieron a todos en el mismo calabozo, cuyas dimensiones eran de 1 por 2 metros aproximadamente, todo de cemento. Allí debíamos turnarnos para poder dormir unas horas: tres quedaban semiacostados y el resto, parados, situación que llevó algunos ensayos hasta lograr las posiciones adecuadas. Un ínfimo espacio, lo reservábamos como ” baño”.

Las condiciones en El Infierno eran durísimas. Allí permanecíamos todo el tiempo con las manos atadas atrás, tabicados, encapuchados, y en ocasiones (según la guardia) con los pies también atados.

A los pocos días, fueron trasladadas seis de las personas que estaban conmigo y quedamos Horacio Matoso y yo. Haydee Lampugnani, Graciela Jurado, Mendoza Calderón y Ricardo Salerno fueron llevados a Campo de Mayo para ser trasladados desde allí, en avión, a la Provincia de Córdoba.Llegaron a Córdoba solamente Haydee y el “Dueño” ( Ricardo Salerno). De Graciela Jurado y Mendoza Calderón no supimos nunca más.

Después de este traslado, Horacio Matoso y yo fuimos separados.Entonces comenzó para mí la etapa más terrible. El hecho de ser la única mujer (con permanencia estable en el lugar), era aprovechado por los interrogadores para torturarme con el fin de escuchar gritos de mujer ( así me lo hacían saber). Les hacían creer a los otros detenidos que mis gritos eran de sus madres, hermanas o hijas, como otra forma de tormento. Los tipos de tortura, vejámenes que padecí en aquel centro, son algo de lo cual no puedo aun comentar en su totalidad.

En cuanto a las condiciones de vida, se nos mantenía dándonos agua cada 4 ó 5 días, y algunas cucharadas de comida cada 15 o 20 días. Como consecuencia de esto, algunos prisioneros no resistían y morían por inanición.Sus cadáveres quedaban, a veces hasta 2 y 3 días en los calabozos. Es imposible describir lo que significaba con la muerte de esa manera, cosa de la cual los represores se ufanaban.

En El Infierno había un hombre a quien se lo conocía como ” el Abuelo” y era llevado a LA ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) para torturarlo. Cuando yo llegué a ese centro, el hombre ya no tenía dedos en las manos ni en los pies.

La mayoría de los detenidos que pasaban por ese centro eran obreros de distintas fábricas del Gran Buenos Aires. Recuerdo a una chica que había sido secuestrada junto con su hermano y que, a pesar que era ciega, la obligaban a usar igualmente tabique y capucha.

También estuvo conmigo una señora que tenía ochenta y cuatro años, quien había sido llevada luego de la destrucción de su casa y de toda su familia, habiendo sobrevivido a tamaña represión, ella y un nietito, escondidos en el baño.

Puedo dar testimonio de los siguientes detenidos en ese lugar: Luis Jaramillo ( cuyo cadáver fue hallado posteriormente en el cementerio de Avellaneda), Carrizo, Lafleur (“Chicho”), Santos (“Cuotita”, obrero) y José Riso o Risso.

El personal permanente del lugar era de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, y alternativamente personal del Ejército.

El Infierno funcionaba como destino final de prisioneros. Era común que sacaran grupos de 4 a 5 detenidos para lavarlos y vestirlos, supuestamente para luego liberarlos. En realidad, se los fusilaba y después hacían aparecer el hecho como un ” enfrentamiento entre fuerzas de seguridad y guerrilleros”. Cuando la patota regresaba de dicho operativo, hacían comentarios irónicos al respecto, para enterarnos de lo realmente ocurrido. Durante el rito macabro de preparación de los prisioneros, los represores observaban que estuvieran aseados, peinados, prolijos. Así, sabíamos que cuando esto sucedía, venía la muerte.

El 31 de diciembre de 1976, Horacio Matoso y yo fuimos trasladados en una camioneta, tapados con mantas y cajas, a la Comisaría 3ra. De Lanús con asiento en Valentín Alsina. Allí fuimos depositados con orden de incomunicación. Ante nuestro estado crítico y una vez que se hubo retirado el personal del Ejército, el Comisario de dicha Seccional se apiadó de nosotros y ordenó que nos llevaran con los detenidos que ya estaban allí(también en condiciones ilegales).Ordenó también que nos quitaran las capuchas y tabiques y envió a alguien en busca de una balanza para pesarnos. Horacio Matoso había perdido 25 kg y yo, de 49 kg. Que pesaba, tenía 29 kg. En ese momento. No podía caminar por mis propios medios ni mantenerme en pie, y ante la luz no veía. Esa noche comimos, era fin de año. Tuve que aprender poco a poco, todo de nuevo: a escribir, caminar, leer correctamente, a dormir en un colchón. Fui puesta en una celda donde me reencontré con Emilce Moller, Patricia, Mercedes Borra ( correntina, de la localidad de Santo Tomé, catequista), una chica embarazada, Eduardo Schaposnik ( médico de la ciudad de La Plata).Dado que el padre de Emilce era comisario retirado, a través de él fue posible conseguir permisos de visitas familiares, trámite este que los familiares debían realizar personalmente ante Camps (Jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires), en el Departamento Central de Policía. Allí tuve por primera vez desde mi secuestro, contacto con mi familia, aunque los detenidos permanecíamos allí en forma ilegal

A fines de enero trasladaron a las mujeres, salvo a Mercedes Borra y a mí, a la cárcel de Devoto. Mercedes fue trasladada en el mes de abril y hasta agosto del año 1977 yo quedé sola otra vez, con todo el terror que ello implicaba para mí.En agosto del mismo año, fui trasladada a Devoto a disposición del PEN ( Poder Ejecutivo Nacional) donde volví a encontrar a Haydée Lampugnani, quien había sido trasladada a la cárcel de Devoto desde el Penal de Córdoba. Juntas pudimos reconstruir parte de la historia de sus traslados desde El Infierno a Córdoba, donde había pasado por los CDC La Perla, La Rivera y Penal).

En la cárcel de Devoto estuve desde el 22 de agosto de 1977 hasta fines de noviembre de 1978, en que fui definitivamente liberada, desde Coordinación Federal (Policía Federal). Días antes de mi liberación, mi madre fue citada por el Coronel Omar Riveros en el Ministerio del Interior, Capital Federal, quien con una ficha mía en sus manos dijo que ” en una fuerra siempre se cometen errores”, que yo ” debía volver a la Universidad” y que en caso de tuviera “algún inconveniente” debía recurrir exclusivamente a él.

De Coordinación Federal fui liberada en horas de la madrugada, sin mi documentación, junto con una chica tucumana ( de la localidad de Monteros)

Durante mi cautiverio en la Cárcel de Devoto, una delegación de la Cruz Roja de Suiza llegó al penal y ante ellos di mi testimonio en francés, dada la presencia de personal penitenciario, lo cual me permitió realizar una denuncia válida.
"Cuando el Viejo entró a declarar me abrazó y me dijo 'va por los compañeros'"
Nilda Eloy, integrante de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos y querellante junto con López en el juicio contra el genocida Miguel Etchecolatz, dialogó con La Retaguardia a 10 años de la segunda desaparición de Jorge Julio López. En un clima cargado tanto de dolor como de reflexión, durante el diálogo con Paulo Giacobbe, Eloy recordó, casi sin preguntas de por medio, todos los detalles de la jornada en la que a López "lo chuparon", reclamó justicia, valoró las condiciones personales del testigo y se refirió a su teoría principial "quisieron hacerle cambiar su declaración y no pudieron".

"Soy una de las tantas miles de personas que desde hace 10 años reclamamos la aparición con vida de Jorge Julio López y el juicio y castigo a los responsables de su segunda desaparición. Para ubicarnos tendríamos que volver a ese 18 de septiembre de 2006, día en que la querella que integrábamos Jorge Julio López, yo y la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos iba a presentar su alegato. En él por primera vez se iba a pedir la condena por genocidio. Ese día a la mañana temprano yo tenía las entradas para la familia de él, el Tribunal había hecho unos cartoncitos para que pudieran entrar cada uno por la falta de lugar. Llegó el hijo, Gustavo, temprano junto con un sobrino y: 'Mi viejo no está'. A partir de allí fue una locura. En el primer momento yo salí para adentro de la municipalidad que es donde estaba siendo el juicio porque dije 'éste se vino más temprano'. Estaba tan ansioso. Y no, no estaba. Pero cuando Gustavo me dijo que la ropa había quedado preparada en la silla dije 'lo chuparon'. Usé una expresión muy vieja y fue difícil. A medida que iba llegando gente, los mismos compañeros no lo podían creer, decían que no, que tuvo que haber pasado algo. Yo tuve esa convicción desde un primer momento de que lo habían secuestrado porque el viejo cabulero usó la misma ropa, desde los borceguíes hasta la gorra, en todo lo relacionado al juicio sin importar los cambios de temperatura. Por otro lado, era un tipo responsable y sabía que tenía que estar ahí presente porque ni él ni yo habíamos firmado poder para los abogados, por lo tanto para que ellos pudieran alegar nosotros teníamos que estar presentes en el juicio sí o sí. Además habíamos hablado durante el fin de semana varias veces y él quería verle la cara a Etchecolatz. A mí no me entraban en la cabeza esas cosas que se intentaron plantear en un principio de que se había escondido, que tenía miedo, que se podría haber perdido, que era un viejito gagá. No, por favor, Jorge no era nada de eso. Sí tenía un Parkinson que recién empezaba y le temblaban las manos pero no era ningún viejito gagá, mucho menos era un tipo que se podría haber escondido por miedo. Así empezó este recorrido de 10 años.

Llegamos al día siguiente a la lectura del veredicto. Conseguimos un avance enorme en la justicia a nivel nacional e internacional como fue el reconocimiento del genocidio. No se lo condenó por ese delito pero sí se reconoció que los hechos ocurridos en este país entre 1976 y 1983 se enmarcaban en el delito internacional de genocidio. Nos costó la desaparición de Jorge Julio López. Cuando terminaron de leer el veredicto y todo el mundo gritaba y todo el salón estalló yo tenía una silla vacía al lado. Me faltaba el viejo que tendría que haber estado sentado al lado mío. Un precio muy alto.
En las palabras finales de Etchecolatz en un momento pensábamos que hablaba de López: 'Ustedes están condenando a un pobre viejo enfermo, sin poder...'. En este momento por supuesto que estoy absolutamente segura de que estaba hablando de Jorge Julio López. Por eso genera tanta bronca, tanta indignación que un sujeto como Etchecolatz esté al borde de que lo manden a su casa. Se cumplen 10 años de la desaparición de Jorge Julio López y 40 años de lo que se conoció como La Noche de los Lápices, Etchecolatz es responsable de los dos hechos. Que este tipo pueda mirar desde su cama por televisión las marchas es absolutamente indignante.

Entendemos que sabe dónde está Clara Anahí y un montón de cosas más pero es un tipo como ellos se consideran a sí mismos, un duro. Un tipo que llegó a decir en un juicio que él volvería a hacer cada una de las cosas que hizo. O sea, es un ejecutor con convencimiento. Seguro que tiene mucha información que jamás va a dar porque su forma de seguir haciendo daño es no dándola.
El valor del testimonio de López
Todos los testimonios son distintos. La gente a veces piensa que cuando vos declarás varias veces es como que te sentás y te ponés una especie de casete, pero cuando vos te sentás en esa sillita a declarar no declarás desde esa silla: tenés que volver al campo para hablar. El viejo era un tipo que no se permitió olvidar, no se lo permitió a sí mismo, por eso los escritos. Cuando no podía hablar por una decisión de su entorno familiar u otras circunstancias, él escribió una y otra vez qué había vivido. Por eso tal vez sus testimonios parecen tan vivos. Me acuerdo que cuando declaró por primera vez en los juicios por la verdad y ahí lo conocí y él estaba siempre viendo si podía sacar alguna otra información, ubicar a alguien. Había compañeros que en base al testimonio de López decían 'el viejo está loco'. El viejo hablaba de la construcción de la época de Rosas y qué sé yo, y los ladrillos no sé qué. Ahora, cuando años después de su declaración nosotros conocimos a quien fue la última dueña civil de la casona de la Estancia La Armonía donde funcionó el Pozo de Arana, con ella vimos fotos y planos y la construcción de la época de Rosas existía. Todas las cosas que parecían increíbles, la ubicación de la pileta, todo se fue confirmando. Era un tipo que a varios de los policías que estuvieron en su secuestro o lugares de detención, los reconoció por la voz. Eran sus vecinos. Lo que tuvo de enorme en su testimonio, es que muchas veces el miedo todavía persiste en los sobrevivientes y a veces declaran mucho menos de lo que han vivido o no nombran por temor. El viejo ya había pasado, cuando entró a declarar, me abrazó y me dijo 'va por los compañeros' y fue absolutamente así. No tuvo dudas en nombrarlos, en identificarlos. Era un hombre grande, ya estaba jugado.

López, el investigador
Siempre estaba tratando de encontrar algo, de identificar algo. Era su obsesión tratar de ver si se podía aportar algún dato más, si se podía ubicar restos. Era su obsesión. Escribía en lo que tenía a mano, era un hombre que no tenía medios económicos ni para comprarse un cuaderno. Jorge era un albañil de changas con una familia a llevar adelante y escribía en lo que podía. Recuerdo la primera vez que vi sus escritos en los papeles de las bolsas que no sé si son de cal o de cemento que tienen varias hojitas, que se hacen gruesos porque son varias hojas. Aprovechaba hasta el último pedacito, terminaba una punta y seguía en el costado. Había que tener un ojo para poder leerlo porque te tenías que ubicar.

Siempre reivindicó su militancia, se asumía como un colaborador de Montoneros y tenía una militancia barrial dentro de la unidad básica y a veces aprovechando sus habilidades como albañil llevaba adelante tareas de inteligencia para vigilar un lugar o algo parecido.

El cuaderno de Etchecolatz
Hay dos cosas. Una me la dijo mi vieja el día del secuestro, que fue: 'Podrías haber sido vos'. Jorge y yo estábamos los dos presentados como querellantes, los dos lo reconocíamos a Etchecolatz en el secuestro, en la tortura. La diferencia entre Jorge y yo era mi militancia en un organismo. Hasta ahí, eso. En febrero o marzo de 2007 se hacen los allanamientos en la cárcel de Marcos Paz. Un desastre porque fueron avisados. A pesar de eso, se juntan algunos cuadernos, carpetas, papeles, entre eso algo que se llamó las agendas de Etchecolatz. No eran agendas, era un cuaderno donde tenía anotaciones hechas en vista al juicio, eran anteriores al desarrollo del juicio. Anotaba lo que le tenía que pedir a su abogado, a quién le iba a encargar que trasladase a su mujer, anotaba todo lo que iba a hacer en previsión de. Al abogado le pedía algunos testimonios, fotocopias de testimonios. Eran tres o cuatro nombres entre los que estaba el de Jorge Julio López. En otra hoja tenía anotado: 'Hay que lograr que un testigo se desdiga'. Vos imaginate lo que hubiera pasado si estábamos ante el primer juicio, si antes del veredicto hubieran logrado presionar de alguna manera a Jorge Julio López y se hubiera presentado a decir que había mentido. Que negaba todo lo dicho. No solamente se hubiera terminado ese juicio, porque lo que se caían eran los testimonios, sino todos los demás, porque hasta el día de hoy, la única prueba real en estos juicios siguen siendo los testimonios. La explicación más potable, la que más me cierra por todos lados, es que trataron que se desdiga y no lo lograron evidentemente.

Seguir adelante
Se supone que como viene la historia tengo que volver a dar testimonio en un montón de juicios más. Yo fui caso en el juicio a Etchecolatz, estuve en 6 centros clandestinos de detención, he declarado por otros compañeros pero no he sido caso en ningún otro juicio, así que nos podemos imaginar las veces que aún me quedan por declarar. Las causas no se van a paralizar, no van a poder tirar abajo los juicios, fundamentalmente no por el apoyo estatal sino por la figura del querellante, son las querellas las que impulsan los juicios. Hasta ahora en ningún momento tuvimos, a pesar de todo lo que se decía y se dice, un apoyo real de las fiscalías, más o menos cuando se ven presionados hacen algo. O sea, va a costar más pero vamos a seguir adelante.
Ella seguirá estando
Ha fallecido la compañera Nilda Eloy, histórica referente en la lucha de los DDHH desde La Plata, la ciudad en la que fue secuestrada en el año 1976 por la policía de la Pcia. de Bs. As., dirigida por los represores Ramón Camps y Miguel Etchecolatz. Torturada en seis centros clandestinos de detención, fue liberada tres años después. Desde entonces sostuvo una lucha incansable por la Memoria, la Verdad y la Justicia desde su lugar militante en la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos.

Fue testigo determinante en el juicio a los represores y emblema de la lucha frente a la segunda desaparición forzada del compañero Julio Jorge López, pero su trayectoria no se limitó a enfrentar las políticas represivas del pasado. Con la coherencia que la caracterizaba, fue también una referencia insoslayable de la lucha contra la represión de todos los gobiernos patronales que asumieron la administración del Estado desde 1983.

Y lo hizo, además, fiel a la bandera que junto al entrañable Cachito Fukman sostuvo contra los embates del oportunismo, la claudicación y la cooptación: la absoluta independencia del estado y sus administradores de turno.

Nada ni nadie condicionaba sus posiciones, sólo la guiaban sus principios. Frente a la represión de cualquier gobierno, ella caminaba por la vereda de enfrente, junto a los represaliados, siempre.

No hubo marcha o actividad antirrepresiva que no la contara entre sus promotoras o adherentes, compartiendo con CORREPI desde un panel hasta un acto, y la primera fila en la pelea por la libertad de los presos políticos, como ocurrió el pasado 3 de septiembre, cuando junto a Nora Cortiñas hizo el aguante frente a la alcaldía de Comodoro Py, reclamando la liberación de las y los detenidos/as en la marcha por Santiago Maldonado.

La prueba más categórica de su enorme valía fue la manera en que procesó su calvario en tiempos de la dictadura: “No era una militante, el enemigo, al secuestrarme y torturarme, me hizo militante”. Nunca abandonó esa condición, nunca dejó de combatir las injusticias y las desigualdades.

La perdemos justo cuando más necesitamos compañeras como ella. Porque corren tiempos de profundización represiva, porque hay un gobierno que suelta y reivindica a los represores, porque hay un gobierno que hizo de la causa Santiago Maldonado un manual de la impunidad, porque hay un gobierno que celebró el 2x1, porque hay un gobierno que mata un pibe por día con el gatillo fácil, porque hay un gobierno que viene por todas las conquistas y los derechos de la clase trabajadora, y ella estuvo en cada una de esas ocasiones, resistiendo en la calle.

La muerte nos priva de su mirada profunda y contenedora, de su emblemática cabellera blanca, de su hermoso perfil de mujer solidaria, inteligente, valiente. Pero nos queda su conducta, para imitar, y su lucha, para continuarla.

Es que -parafraseando al poeta y compañero Roberto Santoro- “ella estaba para que el mundo cambie”. Y seguirá estando en cada lucha, como Adriana Calvo, como Cachito Fukman, como cada compañero que vivió peleando.
Compañera Nilda Eloy, ¡Presente! Hasta la victoria, siempre.

Fuentes: La Vaca, La Retaguardia

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